sábado, 22 de enero de 2011

La Muchacha con Caperuza Roja

La Muchacha con Caperuza Roja

Una ilustración de Gustave Doré para Caperucita Roja de Perrault.



Érase que se era, en un lugar lejano, allá en los bosques en tiempos del rey que rabió, una mujer casi siempre enferma embarazada se encontraba por culpa de un cazador que la poseyó sin consentimiento alguno. Preocupada de que la enfermedad le matara a ella y a su bebé en el momento del embarazo, suplicó al bosque por si algo podía hacer. Entonces un lobo apareció de entre los árboles y le dijo:

-Ve, ve al fondo del desván y saca la vieja armadura oxidada que por siempre fue guardada por tus antepasados. En mitad de la lluvia dale un beso y ruégale que mantenga en su vientre y de a luz a tu bebé no nato. Si acepta tal petición, desaparecerá junto con tu bebé y en lo más profundo del bosque se ocultará. No podrás buscar a tu nacido, no podrás pedirle más al bosque, pues éste lo protegerá hasta el fin de sus días y te la entregará cuando llegue su día.

-¡¿Y viviré?! ¡¿Y vivirá?!

-Posiblemente. Mis palabras tienen un precio. Devoraré su inocencia y antes la mancillaré de la forma más cruenta si no cumplís con lo pactado.

-¡Pero eso es terrible!

-Tan terrible dependiendo de tus decisiones y de tu no nato. Ningún contacto en tierras de los tuyos tendrás si a tu hija quieres volver a ver hasta que se reúna contigo. Y sobre ella, si devorada su inocencia mancillada no quiere sentir, más le vale el no acercarse a ti si no has cumplido tu parte.

Diciéndole eso, el lobo desapareció en el bosque y la mujer quedó pensativa pues el precio era muy alto. Pero temiendo por la vida de ambas, un día de fina lluvia decidiose sacar la vieja armadura oxidada que perteneciese antes a sus antepasados, le metió en su interior algunas ropas de cuando ella era una muchacha y una caperuza roja, para así luego besarla y pedirle con todas sus fuerzas que de su bebé cuidara. A lo que una voz contestó:

-Y así se hará y el pacto deberás recordar.

Y desapareció entre luces dejando en su lugar bonitas flores. La mujer se sintió mejor, como si su enfermedad desapareciese, y por vez primera pensó en sí, fue egoísta, y aún pensando en el mal que podría hacer a su bebé por lo pactado con el lobo, se marchó al poblado más cercano y a la capital para ver si así encontraba un buen hombre que pudiera hacer de su marido, de un buen marido, y la amara y gozara para así olvidar del mal hombre que la embarazó. Así la mujer incumplió su parte del pacto.

Tres meses después, en lo más profundo del bosque, nació una niña de dentro de una armadura oxidada.

-¡Oh! Que desgraciada soy. No tengo madre, no tengo padre… que sola me encuentro acá perdida en algún lugar de los bosques –se lamentaba la niña cuando ya tenía una mínima edad para hablar.

Ante el desconsuelo de la niña, una voz que provenía del bosque le dijo:

-Mi pobre niña, no llores, no lamentes no ver ahora a tu madre. Si así aún deseas ver a tu madre, limpia el óxido de la armadura de donde has nacido y podrás conocerla.

Y así la niña lo hizo. Durante años la muchacha limpió sin parar el óxido de la armadura de la cual salió, volviéndose una niña muy hermosa, aferrándose al encuentro con su madre. Cuando la armadura reluciente quedó, ésta se movió y le dijo:

-Gracias mi niña por limpiarme y dejarme reluciente. Es por eso que como se te prometió te diré donde espera tu madre. Primero vístete, no puedes visitar así a tu madre, vístete con estas prendas y esta caperuza roja –dijo sacándolas de su interior- para luego andar hacia el norte, hacia el sur, hacia el este y hacia el oeste, cruzando las llanuras y valles, los ríos y afluentes, cruzando el oscuro bosque. Pero mi niña, ten cuidado, el camino por seguro que parezca no lo es. Y ya que a tu madre vas a visitar llévale una hogaza de pan al menos, que seguro te lo agradecerá. Y que sepas, que sepas que el bosque como su hija te siente y que aquí podrás vivir hasta el tiempo que desees o el bosque muera.

La niña agradecida y muy contenta se vistió con rapidez, dando saltos de alegría. Amasó el pan, lo coció y en un cestito lo llevó tapado una vez hecho. Y partió despidiéndose de la armadura con la que tanto tiempo convivió y de la cual nació. Fue al norte, al sur, al este y al oeste, pasando por llanuras y valles, por ríos y afluentes, cruzando el oscuro bosque, y fue allí donde el lobo se le acercó en una bifurcación:





-Dime preciosa niña con caperuza roja ¿A dónde vas tan contenta cruzando éste bosque?

-A casa de mi madre, de mi querida y amada madre, a conocerla por vez primera, y conmigo le llevo una hogaza de pan como presente.

-Entiendo. Te veo muy contenta ¿Pero estás segura que es eso lo que quieres? Podría ser peligroso un viaje así para una niña.

-Sí, es lo que más quiero, es lo que más deseo, conocer a mí amada madre, poder abrazarla, besarla, contarle de mí y saber de ella.

-Comprendo –dijo el lobo desilusionado- Y dime ¿Qué camino vas a tomar niña, el camino de las agujas o el de los alfileres?

-Pues no estoy muy segura. Creo que tomaré el de los alfileres –contestó la niña de caperuza roja.

-Pues que así sea preciosa niña, toma el camino de los alfileres y ve a ver a vuestra querida madre –dijo el lobo.

Así, una vez que la niña tomó el camino de los alfileres, el lobo tomó con apremio el camino de las agujas hasta llegar a casa de la madre de la niña con caperuza mientras ésta se distrajo recogiendo alfileres. El lobo tocó a la puerta: Toc-Toc-Toc

-¿Quién va? –preguntó la mujer que en cama estaba de nuevo por su extraña enfermedad, lugar donde le obligaba estar postrada en casi la totalidad de su vida.

-Soy vuestra hija, vuestra amada hija desconocida que nació de una armadura en lo más profundo del bosque que ha venido a conoceros a vos con un presente.

La mujer se quedó sorprendida, no esperaba que eso ocurriera, que al final el bosque le devolviera a su hija. Quedando un rato pensativa, algo emocionada y a la vez asustada, dijo:

-Tira del cordel y se abrirá el cancel.

Y así lo hizo el lobo, que despacio se acercó a la cama de la buena mujer hasta donde ella pudiera verle.

-¿Y mi hija? ¿Acaso sois vos mi hija o habéis venido para devorarla en cuanto a mi se acerque?

-Se equivoca. He querido daros una nueva oportunidad en lo que a vuestras vidas se refieren. Podrías haberme dicho que no, que no entrara, a tu hija. Podrías haberla espantado, pero no, has decidido que te viera aunque eso significara devorar su inocencia mancillada.

-¿Y qué haréis?

-Comeros, machacar tu carne y tus huesos, beberme tu sangre… utilizaros para mancillar a vuestra hija y darle una última oportunidad antes de comérmela –dijo el lobo furioso.

-Sólo quería verla antes de que la Dama me lleve con ella, pues poco me queda en este mundo… mi egoísmo a esto me lleva y ahora pende también la vida de mi querida niña no conocida, que sola creció en el bosque.

-No, sola no nació, pero eso tampoco es de mi comprensión ahora –y el lobo la devoró.

Dejó algo de carne que colocó en la despensa, y algo de sangre en una vasija en un estante próximo a la chimenea con buena lumbre prendida. Por último, tomó la ropa de cama de la mujer y esperó paciente en el lecho. La muchacha de caperuza roja llegó al poco tiempo y viendo unas bonitas flores que crecían en medio del claro delante de la casita de su madre, las cogió para así regalárselas. La muchacha tocó a la puerta: Toc-Toc.

-¿Quién va? –preguntó el lobo simulando la voz de la mujer dándole un áspero tono.

-Soy su hija, su amada hija, a la cual no conocéis pues nací allá en los bosques dentro de una armadura oxidada. Y aquí os vengo con un pequeño y pobre presente que espero sea suficiente y de vuestro agrado –dijo la joven.

-¡Oh! Mi pobre niña. Pero qué sola te habrás sentido. Ven, entra, tira del cordel y se abrirá el cancel –le respondió el lobo.

Así lo hizo la joven de caperuza roja que se acercó a la cama donde el lobo disfrazado se escondía y el cual le explicó de su enfermedad. A su lado las flores dejó la muchacha con caperuza roja.



-Pero no te preocupes mi preciosa, mi vida. Mi pobre niña, te veo algo delgada. Escucha bien, ve a la despensa donde hay un poco de carne y cómetela sin compromiso alguno, usa ese rico pan que me traes. Me sentiré muy agraciada si lo haces.

Y así la niña alegre lo hizo. Cogió la carne de la despensa y la pasó por un momento por las llamas de la chimenea y se la comió poco hecha con un poco de pan. Un pajarillo apareció y le dijo:

-¡Pero qué haces niña! ¿No ves que te estás comiendo a tu madre? ¡Te estás comiendo la carne que es tu madre!

-Mamá, un pajarillo me ha dicho que me estoy comiendo tu carne –dijo algo incrédula la pobre niña.

-No te preocupes mi preciosa, es envidia la que tienen por encontrar a tu amada madre. Ve al estante cerca de la chimenea y bebe del vino que hay en ese jarrón, seguro que te sentirá bien para no atragantarte –dijo el lobo en su papel y la niña de caperuza roja así lo hizo.

Mientras seguía comiendo y bebía, un gato que por allí pasaba dijo:

-¡Que puerca! ¡Se come la carne de su madre y se bebe su sangre!

-Mamá, un gato me ha dicho que me estoy bebiendo tu sangre –dijo nuevamente incrédula la niña empachada.

-No te preocupes mi preciosa, es la envidia que te tienen porque ellos no tienen a una madre que los quiera y cuide, y tu sí. Ven mi querida niña con caperuza roja, desnúdate, enseña tu belleza a tu madre y acuéstate con ella. Acurrúcate a mi lado mi niña.

-¿Y donde puedo poner la caperuza y el resto de mi ropa?

-Tíralas al fuego mi niña, ya no las necesitarás más, te lo prometo –le contestó el lobo.

Así la joven con caperuza roja se deshizo de su ropa y la echó en el fuego de la chimenea donde arderían. Y desnuda, con su cuerpecito blanco, se acercó a su madre, se metió entre las sábanas y junto a ella se acurrucó.


- Ay, mi querida madre, ¡qué peluda eres!

- Así no paso frío, mi niña.

- Ay, mi querida madre, ¡qué uñas tan largas tienes!

- Así me rasco mejor, mi niña.

- Ay, mi querida madre, ¡qué hombros tan anchos tienes!

- Así puedo cargar la leña para el fuego, mi niña.

- Ay, mi querida madre, ¡qué orejas tan grandes tienes!

- Así te oigo mejor, mi niña.

- Ay, mi amada madre, ¡qué agujeros de la nariz tan grandes tienes!

- Así aspiro mejor el aroma de mi tabaco, mi niña.

- Ay, madre, ¡qué boca tan grande tienes… y que dientes!

- Es para comerte mejor, mi niña.

- ¡Oh mi querida… mi amada madre, me he puesto mala¡ Déjame salir, no aguantaré.

- Mejor háztelo en la cama, mi niña, pues ya no tienes salvación alguna. Devorarte debo con tu inocencia recién mancillada al comerte la carne de tu madre y su sangre beberte –dijo el lobo sobre ella mostrando quién era-. Lo siento mi niña, hice todo lo que pude para que esto no pasara.

Y entonces el lobo se comió a la muchacha con caperuza roja.



Al poco tiempo un hombre con un niño y una niña menores que la muchacha entraron viendo el sangriento y cruento lugar, con el lobo triste embadurnado en sangre. Era el esposo de aquella mujer y sus dos hijos, hermanos de la muchacha de caperuza roja, que nada del pacto sabían. El lobo antes de partir dijo:

-Si bien su petición de salvar a su hija fue verdadera, el teneros a vosotros con premura ante el miedo de morir sola por su enfermedad fue lo que la llevó a romper el pacto. No la culpo, era algo evidente y por eso me propuse cuidar de la niña. Yo la mantuve caliente en aquella coraza sin magia alguna. Yo esperanza le di para que viviera cómoda en el bosque y se diese cuenta que allí alguien la amaba. E incluso le insuflé vida a la armadura cuando la limpió del óxido, cosa que admito no esperé que lo hiciera. Y aunque he intentado que ella volviera a mi lado, ahora madre e hija vuelven a estar juntas, en mi interior, junto a los espíritus del bosque. Por mucho que trate ser lo que no soy, nunca dejaré de ser lo que soy: un lobo que machaca huesos, mastica carne, bebe sangre…

>>Yo, simplemente, no quería estar sólo –dijo el lobo marchándose del lugar, dejando al destrozado marido con sus dos hijos.

De entre tanta sangre unas flores refulgentes llamaron la atención de los niños que replantaron justo delante de la puerta donde ya nadie más entraría, donde su madre y hermana no conocida perdieron sus vidas por egoísmos propios y el de un ser solitario que simplemente pudo optar por no ejecutar lo pactado.




Basado en los cuentos populares
y las distintas versiones de
Caperucita Roja.

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