domingo, 16 de enero de 2011

La dama y la espina.


En un pueblo lejano, allá entre montañas, bosques y prados, una niña nació en el seno de una familia de campesinos, con grandes tierras estos. Y hubiera sido una niña como cualquier otra sino fuera porque nació con una espina, una espina clavada en su corazón que asomaba cerca del pecho izquierdo.

Durante 17 años la niña lo tuvo allí, sin que le fuera molestia alguna. Y cada vez la muchacha se hacía más hermosa, pero para su desgracia la espina cada vez le oprimía más a cada año que transcurría. Y fue así que en su decimosexto cumpleaños cuando el dolor de aquella espina se le hizo insoportable. Que dolor, que soledad, que penurias y tristezas albergaban a la bella joven, que hizo que se volviera pálida, empezara a tener ojeras y que nunca llegara amar, porque siempre se sentía como si su corazón fuera cayendo en un pozo oscuro sin fondo alguno.

Hasta los veinte años vivió así, y sus padres no soportándolo decidieron poner un aviso en el lugar: al que fuera capaz de arrancarle la espina sin daño alguno para su hija y su vida, recibirían parte de sus extensas tierras de cultivo, así como la mano de su hermosa hija. E imaginad si era bella, que hasta los príncipes de lejanas tierras, al hacerse eco de la noticia, iban montados en sus portentosos caballos de crines plateadas mostrando sus aires de orgullo y sobrada galantería.


Muchos fueron los que llegaron y muchos lo intentaron. El primero fue una especie de brujo, que obligó a desnudar a la muchacha y la untó en pringosa manteca de cerdo, mientras con sus asquerosas y rugosas manos tocaba su suave piel y bello cuerpo, entre los gemidos de cerdo que soltaba el viejo. Claro está nada consiguió, la pringue hizo resbaloso el cuerpo y la propia espina de la muchacha, y acabó el brujo verde en la calle, apaleado por los aldeanos vecinos y devorado por las criaturas que moraban en los bosques por el olor a manteca que llevaba encima.

El segundo fue un experto en las artes de la medicina y obligó a la muchacha a desnudarse y tumbarse sobre una de las mesas de madera humedecida de su casa. Cuando sacó sus utensilios como seguetas, serruchos y unas tenazas horribles; fue directamente echado de aquella casa, usando sus herramientas para ayudar al carpintero del lugar al que le hacía más falta que a ella.

El tercero era el rey de aquellas tierras, un cuarentón rechoncho que decidió tirar de la espina como si de la Excalibur clavada en la roca fuera. Y tiró y tiró, gritando la muchacha como si su vida se fuera en ello, mientras el rey seguía tirando poniéndose rojo como un tomate, acabando en el suelo exhausto, sin aire… acabando en su castillo, enfermo, con mil médicos atendiendo el agotamiento del rey, quedándose la espina donde estaba mientras su poseedora seguía retorciéndose de dolor.

Muchos pasaron, hombres rudos, debiluchos e incluso mujeres. Hasta un príncipe esbelto que aprovechó para mamar de la teta izquierda, intentando sacar la espina con su boca el galán. Galán que acabó sin dientes, pues al tirar de la espina se les rompieron en el acto y para siempre sería llamado: el Príncipe Desdentado.


Todo parecía perdido cuando un hombre zarrapastroso de barba poblada y vestido como un mendigo apareció y pidió que se le diera la oportunidad. Y se la concedieron dejándolo junto a su hija. “ Yo os quitaré la espina del corazón, pero a cambio mil más os dejaré cuando deba”, le dijo el vagabundo desliñado. Y la muchacha aceptó sin mucha reprimenda.

Así el brujo sacó un pez de su riñonera de piel, un pez que aún vivía para sorpresa de los padres de la muchacha. Y posó su mano sobre el pecho izquierdo, hundiéndose, fundiéndose con su piel a través de artes esotéricas incomprensibles para ellos. Y así de un tirón, sacó la espina, seguido de un mejunje negro más denso que el petróleo. Mientras la dama de la espina gritaba, pero aliviada, mientras esa cosa negra salía por un orificio extrañamente hecho justo bajo su pecho, el vagabundo le dio de comer al pez esa espina y luego marchose al río más cercano donde lo dejó libre.

Que feliz estaba la muchacha, libre de opresiones, liberada al fin de esa espina, enamorándose de aquél hombre, lo amaba, como si fuera lo único en su vida importante, amarlo y sentirse amada por él. Y la correspondió durante cinco años tras su unión. Cinco años con una vida típica de pareja, con sus alegrías y penurias. Hasta que el vagabundo se decidió marchar para nunca volver.

“¿Por qué mi amor? ¿Por qué me abandonas ahora que os he demostrado durante este tiempo mi amor y vos me habéis correspondido? Ahora que se como se siente una mujer amada, ahora que nada me oprime el pecho” gritaba la dama con todo su ser, con lágrimas en la cara.

“Porque así fue el trato. Una espina te quitaba y mil te dejaba, espinas que no se ven, que no se tocan. Espinas que nadie podrá sacarte, porque siempre estarán ahí, si bien es cierto que esas espinas pueden volverse menos dolorosas si encuentras a la persona idónea. Nunca desaparecen, pero será como si no estuvieran” dijo el hombre marchando, dejando a la dama sola.


Tiempo pasaría y no soportándolo más, la dama por el puente se iba a tirar. Y justo cuando se disponía la voz de un muchacho la hizo girar: “¿Os tirareis sólo porque no soportáis ese dolor?” le dijo él a lo que le respondió la muchacha “Nadie excepto él me lo podrá quitar”. “No creo que se fuera sólo para que sufrierais, creo que se fue porque vos no lo amabais, sólo era una ilusión que creasteis al sentiros aliviada por el dolor de esa espina. Creo que sólo quería que os enamorarais de verdad”.La muchacha bajó del pollete del puente y se sentó en el suelo “¿y por qué creéis eso?”, le preguntó la dama a lo que él respondió: “Porque yo también creí amarle. Os contaré una historia si vos me dejáis:
Hace algún tiempo un pez quiso ser hombre y le pidió a un mago del lugar que le convirtiera en hombre. Y el mago aceptó, pero quedando prohibido fornicar. Al parecer el pez bribón no aguantó y decidió vivir los placeres humanos en todo su esplendor, y por cada persona con la que se arrimó, una espina se le arrebató y quedarían encerrados en un cofre que permanecería cerrado hasta que el pez realmente se arrepintiese. Por desgracia para el pez algunas espinas quedaron en el corazón de las mujeres conquistadas… y otras llegaron a parar en el de sus hijos por accidente, siendo perjudiciales para estos. Cuando el mago diose cuenta de eso debió resarcir el daño, pues era posible que los hijos de estas, los más perjudicados, pudieran nunca amar y así recuperar las espinas del pez castigado.”

“Me decís vos que mi madre se acostó con un pez convertido en hombre y que por su castigo mi espina apareció. ¿Soy pues hija de aquel pez? ¡Y vos lo sufristeis! Así pues también…” dijo la muchacha desconcertada recibiendo la gentil mano del joven para que se levantase.

“No, no, mi bella dama. No somos hijos de un pez, eso es imposible. Cuando supe de la historia, y me quitaron mi espina, partí simplemente para saber si alguien me dejaba una espina tras el amor… y al veros tiempo atrás con el mago, fui a verle y me dijo que podría ser quien te quitara esas mil espinas, a cambio de que algún día pueda dejártelas de nuevo o vos me las dejéis a mi”. La muchacha se sentía aliviada, sin darse cuenta el dolor se fue y le preguntó al muchacho cual era el trato que hizo él con el mago que tanto amó ella. “Una espina a cambio de encontrar mil más” respondió.


No os engañaré, no vivirían felices el resto de sus vidas, pero cuando la dama en su lecho de muerte estaba, tras muchos años de vida, dijo unas palabras cuando vio al mago zarrapastroso a su lado sin envejecer un ápice. “Vos nunca me dejasteis mil espinas, ellas siempre estuvieron, están, y estarán hasta el mismo instante que de mi último aliento. Mi querido y amado mago, sois un mentiroso y un embustero” le dijo con cariño.

Y es que las espinas de nuestro corazón siempre están ahí. Y no debemos temerlas, tan solo soportarlas y sentir lo maravilloso cuando alguien te las quite y guarde hasta que deba volver dejártelas. Sobre el pez culpable de las espinas… bueno, al parecer consiguió otro favor de otro mago, esta vez era convertirse en un rey. Y ese mago se lo concedió, pena que fuera rey el mismo día de la ejecución del rey al que sustituyó.



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