lunes, 7 de febrero de 2011

Ermitaño

ERMITAÑO



Allá lejos, más allá de las campiñas, entre montañas, había un bosque donde solitario vivía un hombre zarrapastroso, de vestimentas andrajosas y poco aseado. Las gentes pueblerinas que vivían cerca lo conocían y no le tenían mucho aprecio, con mucha razón por cierto. El Ermitaño lo llamaban con algo de atino, y es que aquel hombre no era un todo de cualidades para acercarse a la gente. A penas hablaba, casi siempre callado, casi siempre gruñendo o murmullando, y cuando se le ocurría decir algo era en busca de bronca o para imponerse ante resto.

No le gustaba los niños ni un ápice. Cada vez que se acercaban a él hacía el mismo ritual: golpeaba la vara que siempre llevaba encima tres veces contra el suelo, haciéndola crujir en el aire y gritaba: "Perros, sarnosos, pulgas y garrapatas" para terminar escupiendo en el suelo, y lo hacía con mucho gusto y regusto.
Aunque le gustaba las mujeres bellas, el siempre las consideraba a todas como fulanas. Una vez a la hija del mismísimo alcalde de uno de los pueblos cercanos a su hogar -una belleza sin parangón que pondría a más de un hombre a calenturas mil-, recibió tales piropos del hombre: “tú, fulana, perra, sucia ¿Cuánto me pides por acercar tus lindos labios al pobre pellejo de un viejo? Dinero tal vez no tendré, pero puedo asegurarte que por tus labios ahí consigo lo que haga falta”.
De los animales, pasaba de ellos y normalmente se sentían estos a gusto con él. Pero cuidado, si alguno se le ocurría molestarlo podría acabar en la cazuela. Sí, sí. Y lo demostró con un pobre perro que no dejaba de ladrar. Y claro, lo hacía justo a su lado, en el rincón de la plaza donde él siempre posaba su trasero. Él arto se lo llevó, pero por cortesía se lo devolvió a su dueño: "Que a fin de cuentas sois vos quien le alimentó y creo que sois vos quien debe alimentarse de él", le dijo al dueño con extraños embutidos entre los brazos

Por su forma de comportarse, era bastante odiado en los pueblos. Y él aparecía pocas veces. Muchos comenzaban a decir que era un ogro, un ogro que quería engañar a las personas. Pero todo lo contrario. Algunos sabían que ese cascarrabias sólo tomó un estilo de vida diferente al común de los mortales que no acababan de entender estos mortales, y que muchas veces recibía a gente en su pequeña cabaña, allá en los bosques, si era necesario. Y eso lo sabía bien una familia que se perdió en esos lugares.
Buscaban una de las aldeas tras perder su casa en una guerra allá lejos. Al ver la cabaña, algo desaliñada, tocaron a puerta: TOC TOC TOC. La puerta se abrió y aquel hombre zarrapastroso estaba tras ella. Sólo los miró, se quedó pensativo y los dejó entrar. Al día siguiente los guió a un poblado, sin abrir en ningún momento la boca, y se largo de la misma forma que lo hacía cada día a su casa, no sin antes dar su vuelta matutina por el poblado. Esa familia se lo agradeció, y cómo, yendo un día todos para arreglarle los desperfectos que tenía aquella cabaña mugrienta del viejo ermitaño. El hombre no dijo nada, sólo los dejó hacer para esa misma noche abrir la puerta y enseñarles el camino que no deberían retomar nunca más.

Otra vez encontró una flor marchita, arrancada. Él la cogió y se la llevó a casa. Allí la mimó, la cuidó de tal forma que seguro nadie se lo hubiera creído y la flor se recuperó al cabo del tiempo. Y así, sorprendentemente para los mortales incrédulos, apareció una pequeña mujer de la flor. Decía ser un hada, un hada de los bosques, y que por salvarla le concedería un deseo. El hombre sin inmutarse sólo fue hacia la puerta, la abrió y le enseñó el camino. Y así la hada, afligida se marchó.

Tiempo después apareció un Nadie. Sí, sí, no me equivoco, un NADIE. Ese nadie tocó la puerta y el la abrió y lo dejó entrar. Y Nadie se sentó en la silla. No preguntéis cómo era, pues un Nadie y no lo sé. El Nadie le pidió comida pero el hombre no se inmutó. Le señaló la cocina sin más. Y Nadie se fue a ella y se comió todo lo que pudo y más. Cuando salió era un Algo. Sí, sí, leéis bien: un ALGO. Una criatura pequeña, verde, rechoncha, un poco asqueroso pero con unos bonitos ojos. El Algo le dijo que por darle de comer le concedería un deseo. Y el hombre se levantó, abrió la puerta de la calle y le señaló el camino. El Algo se enfureció. Calumnió sobre él, le insultó, le escupió y le dijo que perdía su oportunidad. Y el hombre cogió su vara, golpeó tres veces al suelo diciendo “perros, sarnosos, pulgas y garrapatas” y escupió en el suelo. Y el Algo asustado, y mucho, se marchó como si de ello dependiera el pillar un buen aseo y no hacérselo encima.

Pasó tiempo. El extraño ermitaño pasó por una aldea y se comportó como siempre: si se acercaban niños hacia su rito, si veía a mujeres hermosas le preguntaba su precio, si un animal le molestaba mejor que corriera... Pero ese día se topó con una extraña joven. Muy bella, pero él sólo le preguntó el precio. Y viendo que no le contestaba se marchó a su hogar. Al día siguiente la misma muchacha le tocó la puerta, y él la dejó entrar. Y ella comenzó a arreglar la desordenada casa. Él no dijo nada. Y tanto, que con el no decir la muchacha al final se quedó durante dos años junto aquel hombre. Y ella se enamoró de él. Pero él, como siempre, pasaba y apenas hablaba.
-Decidme ¿os pasa algo en la voz? ¿Puedo ayudaros? -le preguntó la joven tras los dos años.
El hombre no contestó, masculló entre dientes.
- Sólo quiero ayudaros -le replicó.
El hombre cogió su vara y comenzó con su ritual “perros, sarnosos, pulgas y garrapatas” y acabó escupiendo en el suelo. La muchacha entonces le abrazó y el le preguntó su precio. La muchacha, creyendo que así iba ayudarle, le dijo la cantidad más baja que se le ocurrió.
El viejo ermitaño se rió a carcajadas.
- Jajajajajaja... ¿me ves cara de idiota para haceros algo así? –dijo con cierta seriedad.
-¿No es vuestro deseo tomarme? - preguntó ella.
- Decidme hada... hace mucho tiempo que os salvé. Mi deuda ha prescrito.
-Pero yo deseo hacer cumplir vuestros deseos, aquellos que no quiso que yo le concediera.
-Esa, esa amiga mía, es la cuestión. No estás aquí por mí, sino por ti. Y yo no quiero deseos- abrió la puerta de la calle y le señalo el camino.
-¿Por qué? -preguntó ella.
-Soy un loco, alguien que no esta cuerdo, que va en contra de lo normal en este mundo de los normales no normales en lo natural y lo que debía ser normal. Si lo aceptara iría a favor de lo normal... y entonces no cumpliría mi... promesa, por llamarlo de alguna manera.
-¿Promesa?
-La de conceder deseos sin ser una criatura mágica. Cumplir deseos a hombres o a los que conceden deseos.
>> Tu, amiga mía, ahora sólo deseas quedarte a mi lado, pero sabes qué, yo ya te lo he concedido. Ahora marcha al bosque, a donde perteneces y olvídate de mi.
Y el hada se fue... igual de afligida.

Pasarían años, y la hada volvió, con su aspecto humano y la cabaña no estaba. Pero había un joven que miraba el lugar con nostalgia.
-Al parecer el loco le dijo a ese niño que viniera en este tiempo. Pero el viejo está muerto -dijo el Nadie. Sí, el Nadie... no me pregunte que aspecto tiene, porque es NADIE. La hada se acercó al niño y le preguntó a que esperaba.
El niño respondió que esperaba a una pequeña hada que le concedería con gusto un deseo. Y el hada, muy feliz le dijo que ella podía hacerlo. El niño pues le pidió una rebanada de pan con algo de jamón serrano del bueno, y una copilla de vino. El hada un poco desilusionada por el deseo tan superfluo le dio lo que pedía. Alimentos que el chico dejó al suelo gritando: Nadie, Nadie, aquí tenéis vuestra comida. Y el Nadie se lo comió, siendo en ALGO.
El Algo pues le dijo que le concedería un deseo. Él pidió una vara, una simple y mundana vara. Y el Algo desilusionado, por lo banal del deseo, se lo dio.
-Perros, sarnosos, pulgas y garrapatas -gritó el niño dando varazos contra el suelo y terminando escupiendo.
>> Jajajajaja... mil deseos concedí y a la Dama Muerte volví vencer en esta nueva partida de póker, y una nueva vida me dio tal y como me prometió. Pero no, no os creáis que esto es por un bien, no. Mil veces viviré, hasta que una vez por todas demuestre al mundo que son lo pequeños actos los que pueden conseguir los grandes deseos de la gente. Si bien no sé si algún día lo conseguiré.

Dicen que en algún lugar está ese chalado, con su vara, burlándose de la sociedad de los hombres y el de las criaturas que habitan los bosques haciendo pequeños actos que de un gran valor era para aquellos que los recibía.

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